Con el deseo de percibir lo mejor que nos ofrece la vida, a menudo todos los seres humanos buscamos satisfacciones en diferentes épocas y en distintos escenarios. Se trata siempre de disfrutar lo que nos rodea, y sentirse mejor cuando se puede compartir con los seres que amamos.
Las delicias de la vida son variadas, emocionantes e inolvidables. Pero quiero centrarme en una actividad, más bien hábito, con certeza necesidad, que cumple con más de una ventaja y está presente en todo ser vivo: la alimentación.
Mediante el cuidado de nosotros mismos a través de la comida, somos artífices de la calidad de vida que tenemos, de la figura que presentamos, de la dinamia que nos mueve y sobre todo de la salud que cultivamos cada día.
Las delicias de la vida son variadas, emocionantes e inolvidables. Pero quiero centrarme en una actividad, más bien hábito, con certeza necesidad, que cumple con más de una ventaja y está presente en todo ser vivo: la alimentación.
Mediante el cuidado de nosotros mismos a través de la comida, somos artífices de la calidad de vida que tenemos, de la figura que presentamos, de la dinamia que nos mueve y sobre todo de la salud que cultivamos cada día.
Es innegable que lo que se puede disfrutar en la comida no siempre es compatible con la salud, pero es sabroso y eso basta; lo que más contribuye a dar una sazón deliciosa tiene un componente común, al margen de los dulces: las grasas, que hacen más apetecible cualquier plato.
Para informar acerca de lo sabroso de muchas comidas, la grasa, deseo reivindicar las grasas animales, constantemente atacadas, siempre mal consideradas y desvalorizadas.
Las grasas saturadas, provenientes de la carne animal y de plantas tropicales como el aceite orgánico virgen de coco, son normalmente sólidas o semisólidas a temperatura ambiente y no se enrancian fácilmente pero han sido muy desprestigiadas; sin embargo, en estudios recientes (Weston A. Price Foundation) se ha demostrado su importancia en los procesos vitales:
Lo saludable es medir, no eliminar, el consumo de grasas saturadas naturales (una o dos veces por semana) y eliminar las margarinas hidrogenadas o grasas artificiales, que son, entre otras, causa comprobada de enfermedades mortales. Preferir lo natural será siempre la mejor receta.
Para tristeza y preocupación de los amantes de la buena mesa, el consumo exagerado de grasas animales y/o grasas trans, sin complemento de vegetales, verduras, frutas y agua, hace que el cuerpo humano empiece a dar voces de alerta por el depósito de grasas insolubles en nuestras arterias, que con diferentes nombres y comportamientos (colesterol, triglicéridos, lipoproteínas…) atentan contra el funcionamiento y buena salud de los seres humanos, desde cada interior.
La opción de prescindir de platos deliciosos no le agrada a nadie, y difícilmente se renuncia a ellos. De frente o disimuladamente se los ingresa en el cuerpo, con la sensación de que aquéllos no harán daño, pero desde luego sí mucha satisfacción al paladar.
En el organismo animal, las grasas ingeridas son hidrolizadas en el intestino por la lipasa intestinal y pancreática, proceso en el cual ayudan los ácidos biliares, que las mezclan apropiadamente. Tanto los resultantes ácidos grasos como la glicerina son reabsorbidos por la mucosa intestinal y vuelven a transformarse en triglicéridos.
Cada tejido tiene una composición típica en glicéridos. Las grasas ingeridas tienen que ser modificadas antes de su reutilización luego de la resíntesis de glicéridos. Sin embargo, cambios radicales en las grasas de los alimentos, en frecuencia y cantidad, pueden rebasar la capacidad del cuerpo para modificar los ácidos, lo que origina variaciones en la composición de la grasa de reserva y su distribución en el organismo.
En general, la concentración de grasas y otros lípidos en la sangre es regulada por la glándula tiroides.
Luego del panorama elemental del laboratorio bioquímico de un organismo vivo, analicemos qué ocurre cuando el procesamiento de las grasas supera la capacidad del cuerpo para utilizarlas.
Resumiendo, las grasas son malas o buenas según como las administremos. Es ahí donde radica la sabiduría, el respeto y el amor a nuestra existencia. Sabiduría, porque es evidente que no debemos prescindir de ellas en la alimentación necesaria para vivir, pero ante todo porque habremos de elegir y preferir las verdaderamente “amigas protectoras” de la salud humana. Entonces estaremos respetándonos y amándonos.
Para cumplir con nosotros mismos, se debe recordar que las grasas comestibles provienen de dos fuentes: la animal y la vegetal.
Las grasas de origen animal, como mantecas, mantequillas, cremas o natas, tienen un alto porcentaje de las llamadas grasas saturadas, sólidas y semisólidas, que al ingerirse exageradamente formarán depósitos insolubles en el cuerpo humano. Desde luego, por ser más difíciles de digerir, necesitan mayor tiempo para su apropiada utilización en el organismo, lo cual favorece la formación de radicales libres, causa de envejecimiento prematuro y de enfermedades dolorosas e incurables.
Estos depósitos internos alteran la tensión arterial hacia su elevación y sobrecargan el trabajo del corazón con predisposición a infarto de miocardio o también a falta de irrigación sanguínea en órganos importantes con resultados mortales.
Si a este consumo se añade la falta del complemento alimenticio de fibras, que proporcionan las verduras y frutas, la acción de las grasas sólidas es lenta y progresiva, sin síntomas evidentes pero con resultados negativos en la cotidianidad, siempre devastadores. Esto se incrementa en el caso de las frituras, que aumentan la saturación grasa y penetran mayormente en el alimento así tratado. Entonces se ingiere sin percibir mayor cantidad de grasa y calorías. Desde luego, el sabor es excelente.
Las grasas de origen vegetal se hallan en estado líquido a temperatura ambiente: aceites, semillas, nueces, almendras, aguacate… tienen un alto porcentaje de grasas mono y poliinsaturadas, que aparte de proporcionar la energía necesaria tienen la importante función de limpieza por arrastre de los depósitos grasos insolubles en el interior del cuerpo, contribuyendo así a un buen estado de conducción de la sangre en las arterias, menor elevación del peso corporal y por tanto mayor agilidad física y mental. Normal funcionamiento hormonal y cardíaco evitan los radicales libres, y por tanto protegen de enfermedades peligrosas para el cuerpo.
Las grasas poliinsaturadas o grasas líquidas se dividen en dos clases –omega-3 y omega-6–, compuestos por ácidos grasos esenciales. El primero, proveniente de aceite de pescado, semillas y maíz, y el segundo, de grasas poliinsaturadas. El consumo de estos dos aceites debe estar balanceado para una salud ideal.
Se ha demostrado que en esta consistencia los aceites ayudan asimismo en la disminución de inflamaciones, además de que regulan la presión arterial, reducen la sangre espesa y disminuyen el colesterol malo (LDL), incrementando el bueno (HDL), y son el vehículo que transporta las vitaminas liposolubles (A, D, E, K) a las células.
En las frituras, según el origen del aceite, sobre todo el de oliva y girasol, que soportan dos y tres reutilizaciones, pero no más, se saturan y adquieren las mismas características de las grasas comerciales trans, en cierto modo artificiales.
El óptimo rendimiento de los aceites naturales se logra al ingerírseles crudos, en ensaladas o aderezos. Si se adaptan al gusto de cada uno, una cucharada diaria hace milagros. Tienen la ventaja de no penetrar profundamente en los fritos, y por tanto en estos preparados se consume menos grasa y calorías.
Ya que las grasas vegetales se presentan en semillas de calabaza y de girasol, en nueces y almendras, en maní y ajonjolí, es necesario que su primer tratamiento se lo haga en la boca con una buena masticación e insalivación, que controlará en el estómago la sensación de llenura. Por otra parte, se requiere dosificar la cantidad que se consume. El aceite de oliva, considerado aceite de fruta por su obtención directa por presión en frío de los frutos, es un amigo de la salud y el bienestar, y soporta mayores temperaturas, conservando su calidad y acción beneficiosa. El de girasol, de cualidades similares, es más económico. Los dos son excelentes si se consumen “al natural”, con la certeza de que se está comiendo conscientemente y ayudando de la mejor manera a la naturaleza en su esfuerzo por la preservación de la vida.
Las grasas nocivas para el organismo son aquellas que han sido modificadas por el ser humano, conocidas como grasas trans, presentes en alimentos procesados y que reemplazan las grasas saturadas naturales; se encuentran en helados, snacks (papas fritas, maíz pira para microondas, dulces, galletas, pastas), pollo frito, etcétera. En ocasiones, cuando hay poco tiempo para cualquier preparación o se consumen como picadas, desconocemos qué factores negativos tienen para la salud, así como, el tipo de aditivo de los productos que proclaman “cero grasas”.
Todas las grasas sometidas a calentamiento hasta que humeen se saturan y cambian lo bueno en malo. De allí que para las frituras convenga emplear aceites de calidad, sin exagerar su calentamiento, y aquellos que pueden tolerar hasta tres reutilizaciones, aplicando en lo posible una filtración para un nuevo empleo.
En la cocina, una grasa saturada beneficiosa es el aceite orgánico virgen de coco. Los aceites de oliva y girasol proporcionan un aliño saludable en todas las ensaladas y demás preparaciones que permitan ingerirlos crudos.
Alimentarse bien es una responsabilidad personal que redundará en buena salud, resistencia y mejor recuperación en las enfermedades, así como vida dinámica y productiva, estabilidad emocional y psicológica, y óptimo rendimiento intelectual.
Una nutrición apropiada debe ser guiada por el conocimiento y tiene vigencia durante cada día de la existencia, dentro de tres parámetros básicos: variedad, calidad y atención para ingerir, sin exageraciones de exceso o defecto.
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